Qué color tienen las historias que nos contamos

¿Qué color tienen las historias que nos contamos?

Las historias que nos contamos a nosotros mismos

A estas alturas de la película, está claro que todos sabemos que pasamos el 99,9% de nuestro día contándonos historias, que a priori parecen increíbles pero que – no sé por qué arte de magia – las convertimos en creíbles, no sólo para nosotros sino también para el mundo que nos rodea. Somos los mejores guionistas de cine de nuestra vida. Ya lo decía el neurocientífico y psicólogo experimental Ethan Kross en su libro “Cháchara” en el que nos hablaba del poder oculto de nuestro lenguaje, de nuestra voz interior, para aprovecharla en el camino a la acción.

El poder de nuestra voz interior

Y ¿por qué son importantes nuestras historias y sobre todo el tipo de historias que nos relatamos?... pues porque dependiendo de su “signo” o de su color – metafóricamente hablando – nos van a acompañar mejor o peor, a más larga o a más corta distancia a hacer algo en relación a un reto, a un desafío, a un objetivo… a algo que queramos lograr o conseguir. Básicamente, el tipo de historia es directamente proporcional a lo que hacemos a partir de ahí… mientras hay historias que “abren posibilidades”, hay otras, que por el contrario, las cierran.  Y no me preguntes por qué, pero somos expertos en cerrarnos ventanas. Ya sabes aquello de que “son peores las cosas pensadas que pasadas”. ¿Te ha ocurrido alguna vez que te has contado una historia tan nefasta tan horrible sobre algo que te ha impedido acercarte a ello a 2 metros? Sobre una persona, o una situación o una reunión de trabajo.

Imagina ese día en el que tienes que presentar un tema o liderar una reunión importante en tu compañía o con tu equipo y te preocupa tanto tanto tanto de que salga bien, te sobre-exiges tanto tanto tanto para que salga bien, lo quieres tan tan tan perfecto para que salga bien… que pasas media noche con el run, run, en tu cabeza sin pegar ojo, con despertares nocturnos… ¿cómo te levantas? ¿con qué emoción te despiertas? ¿con qué frescura intelectiva?... y lo mejor de todo… ¿cuánto de lo que has predicho o pronosticado se cumple tal y como tu lo has imaginado?. Seguro que muy poco o nada… Parece que tu historia no era demasiado verídica o real, verdad,… aún así hemos invertido parte de nuestro tiempo de descanso en darle contenido, y sobre todo, veracidad… como si fuéramos el peor “Nostradamus” profetizando el peor desenlace.

Por tanto, las historias que nos contamos son una pieza clave a la hora de disparar emociones y de accionar en un determinado sentido… Estas historias aparecen y se hacen muy presentes porque…

01.

Suponemos

Tratamos de averiguar por qué alguien actúa de una manera determinada. Nosotros prejuzgamos, lo que nos lleva a un sentimiento y, finalmente, a una acción.

02.

Interpretamos rápidamente

A veces ni siquiera nos damos cuenta de que lo estamos haciendo y además nos hacen falta pocos datos para que nuestra imaginación se dispare.

03.

Somos nuestro peor enemigo

Nuestra historia negativa aumenta nuestras emociones y actuamos de la peor manera.

Qué color tienen las historias que nos contamos

Como explican en su libro “Conversaciones Cruciales” Kerry Patterson, Al Switzler, Joseph Grenny, Ron McMillan… en el camino a la acción, lo primero que hacemos los humanos es ver o escuchar. Por ejemplo, estás trabajando en un informe y tu responsable directo te pregunta cómo vas tres veces en una hora haciéndote sugerencias cada vez. En segundo lugar, te cuentas una historia. P.e. decides que él está cuestionando tus capacidades. Tu responsable no cree que puedas terminar la tarea por tu cuenta.

¿Qué ocurre en tercer lugar? Pues que tu historia te genera un sentimiento.

Te sientes herido, a la defensiva y enfadado. Obviamente, tu responsable no ha prestado atención a otros informes que has enviado en el pasado, y que estaban perfectos.

Y en cuarto lugar, lo que haces es actuar.

P.e. en este caso, ignoras las sugerencias de tu responsable y pasas tiempo quejándote a tus compañeros de trabajo sobre su estilo de gestión.

En resumen: Cómo nos sentimos y cómo actuamos no depende de lo que otras personas dicen o hacen, sino de la historia que nos contamos a nosotros mismos sobre lo que dicen o hacen.

Existen tres historias astutas que nos contamos que no se consideran “buenas compañeras de viaje” si pretendemos iniciar un determinado camino o abordar un determinado reto o cambio o incluso si queremos propiciar una conversación productiva con un otro para resolver un asunto espinoso:

La historia de la víctima "¡no es mi culpa!"

El argumento de la historia de la víctima es siempre el mismo. Exageramos nuestras virtudes: somos buenos, tenemos razón, somos brillantes o justos. Sufrimos a pesar de no ser culpables y ser inocentes. Esto nos permite mantener nuestros patrones de comportamiento existentes independientemente de lo contraproducentes que puedan ser en un momento determinado o para resolver una situación en concreto. En definitiva: “yo no soy el problema”…”para qué cambiar, si esto no lo he causado yo”, “si las cosas no funcionan en el departamento, es cosa de otros, a mi que no me vengan ahora contando que soy yo el causante”.

Qué color tienen las historias que nos contamos

La historia del villano "¡todo es culpa del otro!"

En la historia del villano, enfatizamos demasiado la culpa o la estupidez de la otra persona o de lo inverosímil de la situación en la que estamos. Automáticamente asumimos los peores motivos posibles que han generado tal o cual situación o la incompetencia más absoluta mientras obviamos que la otra persona pueda tener una intención buena. A menudo, deshumanizamos aún más a nuestro villano asignándole etiquetas negativas. Por ejemplo, "No puedo creer que ese idiota me haya dado los materiales equivocados otra vez" o “no entiendo que vuelva a repetirse esta situación y no me haya dado cuenta a tiempo”. Al usar esa etiqueta, actuamos de una manera que normalmente no actuaríamos.

La historia del indefenso “¡no hay nada más que pueda hacer!”

Con la historia del indefenso, nos mostramos impotentes ante la situación. El sistema está en nuestra contra. “En esta situación tan cambiante, no hay nada que yo pueda hacer", “como en esta empresa no dan oportunidades, poco puedo crecer profesionalmente”. Y por eso nos quedamos callados y justificamos no hacer lo que sería sano o útil.

Mientras que las historias del villano y de la víctima miran hacia atrás para explicar por qué estamos en la situación en la que estamos, la historia del indefenso pretende explicar por qué no podemos hacer nada para cambiar nuestra situación.

En cualquiera de las tres historias, emerge nuestro “quejólico anónimo” que en vez de darnos alas para volar…, nos va quitando recursos de lo que podría ser nuestra mejor versión para accionar.

Y tu… ¿en qué historia te reconoces?

 

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